Opinión pública y diputados americanos en las Cortes de Cádiz: las galerías

Julia Montenegro (Universidad de Valladolid)

“Tenía la iglesia sus tribunas laterales, que fueron destinadas a los diplomáticos, a las señoras y al público distinguido; y en los pies del edificio abriéronse dos nuevas, con barandal de madera, que se dedicaron al pueblo en general, y que éste invadió desde las primeras sesiones, alborotando más de lo que parecía conveniente al decoro de su recién lograda soberanía”.

B. Pérez Galdós, Episodios Nacionales. Cádiz

En el concepto ilustrado y liberal del Estado la publicidad abarcaba tres cuestiones que, según Jeremy Bentham, eran necesarias para crear la opinión pública: la existencia de un diario oficial de las sesiones de la asamblea representativa; la libertad de los periodistas para informar de las intervenciones parlamentarias; y las sesiones públicas, es decir la presencia de espectadores en los debates.

Pues bien, es este tercer aspecto de la publicidad – que en las Cortes de Cádiz, según la mayoría de los testimonios, se manifestaba ruidosamente – el que pretendemos analizar en el presente trabajo; y, especialmente, en qué medida la presencia y actitudes de los concurrentes a las tribunas destinadas al público en general en el salón de sesiones de las Cortes de Cádiz, las denominadas galerías, mayoritariamente liberales, pudieron condicionar la actuación de aquellos diputados, en concreto de los americanos, que no compartían su ideología.

Desatada la represión contra los liberales en mayo de 1814, el tema de los excesos de las galerías – ya recurrente en el Manifiesto de los Persas (abril de 1812) y al que también se alude en el real decreto de 4 de mayo de 1814, mediante el que quedaba anulada toda la obra de las Cortes de Cádiz – aparece en el Memorial de Cargos contra los ex-diputados liberales. En concreto el cargo nº 11 rezaba: “Que también se han valido del medio de pagar a sus amigos y parciales para que concurriesen a las galerías a palmotear y aplaudir sus discursos y doctrinas, y a insultar a los opuestos a sus ideas, logrando así esclavizar la opinión”. Una acusación que, obviamente, negaban los ex- diputados presos. Conservamos, sin embargo, testimonios de testigos presenciales y dignos de crédito acerca del inadecuado comportamiento de los espectadores asistentes a las sesiones públicas de las Cortes.

Así pues, las galerías pudieron coartar la libertad y sin duda hacer ingrata la presencia en las Cortes de los diputados conservadores, sensibles asimismo a ciertas actitudes por parte de los liberales, así como al ambiente mayoritariamente liberal de la prensa y la ciudad de Cádiz. Y, desde luego, estas circunstancias debieron de pesar especialmente sobre algunos diputados americanos; aquellos no partidarios de las reformas.

A este respecto no podemos olvidar que los diputados americanos, ideologías al margen, plantearon reclamaciones no siempre bien recibidas por los diputados europeos, de manera que los diputados americanos conservadores percibirían hostilidad hacia ellos no solo por su posicionamiento ideológicos, sino también por su pertenencia a un grupo, la diputación americana, considerada en ocasiones como un problema.

Es obvio, por lo demás, que las difíciles circunstancias que tuvieron que afrontar los diputados americanos conservadores les afectarían en mayor o menor medida en función de la particular idiosincrasia de cada uno, razón por la cual hemos fijado nuestra atención en dos personajes muy distintos entre sí por lo que atañe al talante personal e incluso a la ideología, pero que tenían dos cosas en común, además de pertenecer a la diputación americana; ambos tuvieron un notable protagonismo en las Cortes de Cádiz y, además de reunir la doble condición de persas e informantes en 1814, participaron activa y gustosamente en la represión contra los liberales. Nos referimos a Blas Ostolaza, diputado suplente por el Perú, y a Antonio Joaquín Pérez Martínez, diputado propietario por Puebla de los Ángeles.

Afectados por unas mismas circunstancias, adoptaron actitudes muy distintas en las Cortes (retador Ostolaza; cauteloso Pérez Martínez), pero, restablecido el Absolutismo, ambos, al igual que tantos otros, dieron rienda suelta al rencor acumulado durante sus años como diputados.

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